"El descenso del monte Morgan" y un dilema: ¿Se puede ser fiel a sí mismo?

Oscar Martínez encarna a un vendedor de seguros judío bígamo que tras un hecho infortunado debe enfrentar el desafío de decir la verdad de su situación a sus dos mujeres. Una -Carola Reyna- es una prolija madre de familia conservadora y la otra -Eleonora Wexler- es una joven y sensual mujer moderna. Él, ama a las dos, según cuenta la pluma incomparable de Arthur Miller.

Por Canal26

Lunes 17 de Mayo de 2010 - 00:00

Oscar Martínez conmueve con su conflictuado personaje de "El descenso del monte Morgan", obra tardía de Arthur Miller, que con dirección de Daniel Veronese se estrenó en el teatro Metropolitan 2.

Los principales papeles femeninos están a cargo de Carola Reyna y Eleonora Wexler en tanto Ernesto Claudio, Malena Figó y Gaby Ferrero aportan los roles de apoyo.

La pieza fue escrita en 1991, cuando el mundo estaba dando un vuelco con la caída del llamado "socialismo real", aparecía Estados Unidos como único polo de referencia y Miller tenía 76 años, cosas que pueden explicar la extrañeza que provoca.

Lejos de las problemáticas de "Todos eran mis hijos", recién estrenada en el Apolo, "Las brujas de Salem" o "Muerte de un viajante", volcadas a lo colectivo y aun con ribetes políticos, "El descenso..." apunta a un drama ético individual.

Desaparecen los apuntes sociales e incluso el análisis de por qué se puede generar una personalidad como la del protagonista. Cómo llegó adonde está y qué pasó con aquellos competidores que no accedieron a su suerte.

El conflicto es el de un empresario de seguros, muy próspero y de vida aparentemente ejemplar (Martínez) que un día se despierta en la sala de un hospital rural tras haber sufrido con su coche una patinada con graves consecuencias en un camino del monte Morgan.

El efecto de alguna anestesia le hace confundir las realidades y comprobar que un secreto de nueve años va a salir a la luz: como el personaje de Dudley Moore en "Mis dos mujeres", un viejo filme de Blake Edward, el hombre es bígamo, pero lo suyo no es para reír.

Así es que su primera esposa (Reyna) y su hija (Figó) se cruzarán, al principio sin saberlo, con la segunda (Wexler), más joven y madre de su otro hijo. El conflicto no demora en aparecer tras tantos años de apariencias.

Por virtud de sus ocupaciones, el hombre podía ausentarse largamente de sus hogares de alternancia, y esa convivencia doble fue para él un elemento de libertad y combustible de sus triunfos empresariales.

Por lo menos así lo explica él, hijo de un duro inmigrante judío y casado con la hija de un pastor pentecostal, mujer acogedora a quien conoció de una forma casual aunque con el tiempo necesitó la alternativa de su segunda esposa.

Eso no le impidió ser buen padre y esposo en modo simultáneo y llevar a pasear a los suyos en vacaciones exóticas y gratificantes. La tradicinal culpa de los espíritus judeocristianos para él no existe. Es otra cosa.

El hombre se apellida Lyman y hasta entonces era un ganador, en tanto otra criatura de Miller, Loman, era el viajante que se enfrentaba a su fracaso en camino a la vejez y la muerte. Es imposible saber ahora si la paronimia fue adrede.

Aquellas tragedias escritas por el autor se desinflaron para licuarse en una comedia amarga, tanto que algunas réplicas que recuerdan a Neil Simon no llegan a despertar la risa. La respuesta del público tiene más de aprobación irónica que de otra cosa.

Lo que sí aporta este Miller es la simultaneidad de acciones alrededor de la cama del enfermo -Martínez actúa con un pijama de internación, siempre descalzo, en tanto las entradas y el vestuario de los otros son los que marcan las transiciones.

Ese es un motivo de lucimiento del director Veronese, quien con la ayuda del dispositivo escénico de Alberto Negrín creó un ámbito impersonal con unos paneles móviles que permiten la aparición y desaparición de un mínimo mobiliario.

Otro acierto es el análisis que hizo de cada personaje, cómo los fue desarrollando, sobre todo en el caso de Reyna y Wexler, inesperadas rivales que responden de manera disímil ante lo acontecido. Al texto de Martínez habría que haberle limado algunas
larguezas.

Sin embargo la pieza se desliza en sus casi dos horas con un interés que no decae y en las que el trío central más la enfermera que encarna Ferro apelan a oficios sin fisuras, con personajes humanos y convincentes aun en sus pequeñeces.

Menos convincentes resultan la hija a cargo de Figó, cuyo malestar se confunde con el capricho, y el abogado amigo y conciencia del empresario, a cargo de Claudio, el personaje menos aprehensible.

"El descenso del monte Morgan" se ofrece en el teatro Metropolitan 2 (Corrientes 1343) miércoles, jueves y domingos a las 20, viernes a las 20.30 y sábados a las 22.