Caso Miño: celos, calabozo y muerte

Por Canal26

Martes 15 de Septiembre de 2015 - 00:00

Recuerdo en una oportunidad, haber defendido a un muchacho de clase media, casi alta, que se encontraba detenido en la comisaría de Gregorio de Laferrere, por el delito de lesiones graves. Concretamente, unos días atrás, había apuñalado, en varias partes del cuerpo, al ex marido de su actual pareja.

La riña se había generado por problemas de celos, el primer esposo de la mujer, solía burlarse sistemáticamente de mi defendido, evocando la virtudes y habilidades sexuales de aquella mujer. Mi defendido se llamaba Ramiro Miño, él soportó durante cuatro meses las burlar, los agravios y los desprecios cometidos en el club del barrio y en las veredas de la zona. El odio y el rencor se fueron adueñando de su temperamento. Ramiro era buena persona, y tenia bueno sentimiento, pero la ira un día le jugó una mala pasada.

En un diálogo con su hermana, Ramiro le había dicho:
-A éste lo voy a cocinar a puñaladas.
-No seas tonto, vas a terminar preso- Le remarcó, varias veces su hermana.
-Ya no lo soporto más, ya varias noches que sueño con eso.
El día llegó, y Ramiro descargó toda la furia acumulada. Hacía varias semanas que el joven llevaba consigo un cuchillo de cocina. Esperó a su difamador, y en una emboscada nocturna avanzó sobre su humanidad.

El provocador quedó mal herido. Aunque su vida nunca corrió peligro las heridas fueron importantes, y tardaron mas de treinta días en curar.
En un primer momento, el juez había rechazado la excarcelación del imputado, pero luego la Cámara de Apelaciones, ordenó la inmediata libertad de Ramiro Miño.

Los padres del muchacho constituían una pareja de pujantes emprendedores del Partido de La Matanza, en el sentido de tener varios comercios, tales como supermercados de barrio, y una cadena de carnicerías, con una facturación importante diaria. Todos los integrantes de la familia tenían su propio automotor. La familia, contaba con una casa de veraneo de su propiedad en Punta de Este, no muy grande, pero sí muy cómoda.

Toda la familia viajaba dos veces al año al exterior. Sus últimos destinos habían sido Londres, Paris y Roma, y una docena de pequeñas ciudades de Portugal que recorrieron por curiosidad. En resumidas cuentas, estaban en muy buenas condiciones económicas.

Ramiro jamás pensó en un calabozo policial, ni siquiera cuando apuñaló al sujeto que tanto lo fastidiaba.

El cautiverio es una de las peores formas de vida, pero peor aún cuando el encierro se debe compartir con personas indeseable, tal como le sucedió a Ramiro.

Cuando Miño ingresó al calabozo, en forma inmediata tres presos, lo llevaron ante el jefe del lugar, un tal Alexis Cantero.

-Y vos pibe, qué hiciste?- Interrogó en forma arrogante el viejo preso.
-Le pegué varias puñaladas a un bocón- Respondió tembloroso Ramiro, que quería aparentar lo que no era.

Los primeros días, Ramiro la pasó muy mal. Ese no era su lugar en la tierra, esas personas no tenían sus inquietudes, ni su pensamiento. Se sentía incómodo. Tuvo que observar la problemática de las visitas de los familiares. La expectativa constante y uniforme de la fuga.

El consumo de estupefacientes, dentro de los calabozos. Las extorsiones que sufren muchos presos, así como también sus familiares. Las bajas y miserables escalas de valores que se manejan dentro de allí. El fenómeno de la masificación, y la pérdida de identidad. Las nuevas costumbres a las que los internos se apegan a los pocos días del encierro. La convivencia con personas nuevas, impuesta por la fuerza y las circunstancias. El hambre. Las enfermedades y la muerte.

Por imperio de la ley, los detenidos deben permanecer, necesariamente, en unidades carcelarias. Sin embargo, sabido es que, las cárceles, en especial las de la Provincia de Buenos Aires, se encuentran desbordadas desde hace ya muchos años, y las comisarías del conurbano bonaerense se han convertido, cada una de ellas, en pequeñas cárceles, capaz de alojar más de 100 detenidos, donde razonablemente hay lugar para 25.

Por supuesto que los calabozos policiales, han sido construidos y confeccionados sobre la idea de una detención breve y pasajera, de uno o dos días, tiempo en el cual el juez debería disponer la libertad del sujeto ó el inmediato traslado a la correspondiente unidad penitenciaria.
Además del hacinamiento de presos, la diferencia entre cárcel y comisaría, como lugar de detención, es entendida en muchos aspectos.

Se entiende así que las unidades carcelarias cuentan con patios a cielo abierto, donde los presos pueden recrearse, hacer ejercicio o recibir la visita de sus familiares. Allí las celdas cuentan con iluminación natural y aireación adecuada. Se entiende además, aunque muchas veces esto no es exacto, que las mismas celdas tiene el mínimo mobiliario para una vida decente, como cama, mesa y silla.

Muy diferente es la situación en los calabozos de las comisarías bonaerenses. Allí no hay luz natural, ni ventilación. En épocas de verano las temperaturas alcanzan muy fácilmente a los 50 grados. No hay mobiliario alguno, por lo que el preso debe comer y permanecer las 24 horas en el colchón tirado en el suelo.

Son lugares húmedos, llenos de insectos y enfermedades. Las cucarachas abundan, así como también las enfermedades de la piel, como los hongos y la sarna. Los piojos son moneda corriente, están siempre.

El permanente hacinamiento que en los calabozos de las comisarías genera, necesariamente, un índice de conflicto mucho mayor y una virulencia en las disputas de la convivencia, que no resultan fácilmente creíbles fuera de la detención, y en especial para las personas que jamás han pasado por una experiencia tal, o afortunadamente nunca han tenido un familiar preso.

Una problemática muy seria, en las comisarías bonaerenses la constituye la necesidad de los detenidos de entrevistarse con sus abogados defensores, y de estos últimos en entrevistarse con aquellos, para necesariamente conocer su estado de salud, y diagramar el correspondiente esquema de defensa.

Así, en las comisarías no existe un lugar apropiado para esta entrevista que por su propia naturaleza debe ser privada y ajena a los oídos de los otros detenidos y del propio personal policial.

La problemática de desató cuando los demás detenidos de la comisaría tomaron conocimiento de la actividad que desarrollaban los padres de mi defendido, y de su solvencia económica.

Desde ese mismo instante comenzaron a amenazar al detenido y a su familia, extorsionándolos y exigiendo que los padres les llevaran, a la comisaría, cantidades enormes de alimentos, así como también sabanas, jabones, desodorantes, cigarrillos, etc. Todo esto a cambio de no lastimar al detenido Ramiro.

Es decir que la exigencia de la extorsión se resumía en no hacerle nada malo, a cambio de que los padres mantuvieran a todo el calabozo muy bien alimentado.

En un primer momento, los presos intimidaron a Miño, de tal manera que cada vez que la madre le llevaba la comida, él le pedía mercadería en forma abundante, y veinte cartones de cigarrillos diarios. La madre no entendía la razón, hasta que un bien día, para despejar dudas, la concubina de otro detenido se hizo presente en la casa de la familia Miño, a poner las cosas bien en claro. Así se refirió: “Mi esposo esta detenido en la comisaría junto con su hijo, si usted no lleva todo lo que su hijo le pide, puede ser que no lo vea más con vida. Sabemos que usted puede, para eso tiene mucha plata.”

A los pocos días el joven Ramiro Miño, recuperó la libertad, recién entonces, la madre se animó a contarme lo que había estado pasando. Me dijo que no me lo había manifestado antes por miedo a la vida de su hijo, pues aquella mujer también le hizo saber que nadie, en especial el abogado que lo entrevistaba semanalmente, debía enterarse de la exigencia.

La historia siguió con 11 robos a mano armada en los distintos locales comerciales de la familia Miño, en las localidades de Gregorio de Laferrere, González Catán, Rafael Castillo, Isidro Casanova y San Justo.

Hasta terminar con un trágico desenlace, pues a dos meses de haber recuperado la libertad, Ramiro Miño fue secuestrado en la puerta de su casa, la familia no llegó a reunir la suma de dinero astronómica que los secuestradores exigían para la liberación, y dieron aviso a la policía.
A los pocos días el joven apareció muerto con un disparo en al nuca, en un descampado de Villa Tesei, en el Partido de Hurlinghan, a pocos metros de la Av. Vergara.

La investigación policial y judicial llevó a la detención de dos personas, los autores del crimen, hermanos entre sí, de apellido Soria.

Ellos, los Soria, tenían un primo que había estado detenido en la comisaría de Gregorio de Laferrere, con el joven Miño.

A través del libro de visitas de los detenidos se pudo constatar que los hermanos Soria habían visitado en tres oportunidades a su primo, cuando Miño compartía el mismo calabozo.

Luego de la detención de los hermanos Soria, la madre de Ramiro, reconoció a los dos hermanos como aquellas personas que días antes del secuestro de su hijo habían estado merodeando en los alrededores de su casa.

Los Soria fueron juzgados y condenados, en juicio oral, a prisión perpetua, por el delito de secuestro extorsivo seguido de muerte. Hoy cumplen su condena, uno en la unidad carcelaria de Lisandro Olmos, y el otro en Sierra Chica.

Su primo recuperó la libertad, y a las pocas semanas murió en un confuso episodio, cuando su concubina, la que había ido a la casa de los Miño a hablar con la madre de mi defendido, aprovecho la circunstancia de que estaba dormido, para rociarlo con nafta y prenderlo fuego, en una villa de emergencia de San Martín, ubicada en la intersección de la ruta 8 y la Av. Márquez.

Durante muchos días, se registraron en la casa de la familia Miño, un sin número de llamados telefónicos anónimos, a través de los cuales se pretendía resposabilizar a la familia Miño, por la “desgracia de los Soria”, y se les exigía la entrega de una importante suma de dinero, en dólares, a cambio de no secuestrar a otro de los hijos.

La familia Miño terminó abandonando, su casa, y todos sus comercios, y se fueron del país.

Hugo Lopez Carribero
Abogado penalista