Fantasmas que se agitan en la turbulencia de la pandemia

Por Sebastián Dumont

Miércoles 21 de Abril de 2021 - 15:29

Coronavirus, Argentina, pandemia, NAPandemia en la Argentina. Foto: NA.

Una pregunta suele repetirse por estas horas en dirigentes y referentes de diversos rubros en la Argentina: ¿Qué porcentaje de la sociedad no se ha resignado a este retroceso permanente y mantiene aún sus deseos aspiracionales en el país? La respuesta podría medir aspectos múltiples. Pero en la observación de lo que sucede en el ahora famoso AMBA (área Metropolitana de Buenos Aires) surge una convicción. Existe un importante sector de la clase media que, aun habiendo ingresado en la pobreza por sus ingresos, se resiste a sentirse como tal y busca una salida. En este punto se apoyan quienes creen que hay lugar para instalar una tercera vía que los represente y pueda tener efectos electorales. La reducción de la mirada al Gran Buenos Aires y la Capital Federal no es antojadiza. Es donde se define, cada vez con más evidencia, el poder del país.

 

Nunca antes había sido tan explícita la influencia del poder político bonaerense sobre el gobierno nacional. Es más, en las experiencias recientes, los presidentes asumían su poder y se proponían para sí, dominar el conurbano. Cuando no pudieron lograr ese objetivo, su poder terminó flaqueando. ¿Quién domina el Gran Buenos Aires? El peronismo. En sus múltiples interpretaciones ideológicas en las cuales se lo quiere englobar. Aún en aquellos territorios gobernados por intendentes provenientes de otras fuerzas políticas pero que en la práctica necesitan convertirse en barones. Palabra asociada, injustamente, sólo a los justicialistas.

 

Alberto Fernández recorre el camino inverso. Luego de haberse esfumado el sueño que nunca nació del “Albertismo”, sus acciones de gobierno son guiadas desde la ciudad de La Plata. En estas líneas se advirtió en varias ocasiones. La última de ellas fue luego de una foto demasiado explícita el 28 de marzo cuando en el patio de la Casa Rosada, sin el presidente, se ubicaron en la primera línea Axel Kicillof, Sergio Massa, Máximo Kirchner, Martín Insaurralde y Mayra Mendoza. La gestualidad en política tiene el mismo valor o incluso superior al de la palabra. De allí que los tiempos modernos nos han llevado a la irrupción de la política “fotogénica” y ahora la “literaria” (consiste en escribir un libro para re instalarse en el tablero electoral).

 

Los intendentes del Frente de Todos muestran señales de apoyo al presidente de la República, en gran parte explicadas por cierto recelo que aún persiste con el mandatario provincial al que suelen, siempre en privado, criticarle que no sigue la lógica de la política sistémica de la provincia de Buenos Aires. Habladurías. En los hechos, Kicillof marca la agenda del conflicto con la oposición y Fernández no tiene margen para no ser arrastrado.

 

Son cada vez más las voces internas que coinciden con el diagnóstico de Cristina Kirchner cuando sostuvo que hay “funcionarios que no funcionan”. Y sostienen que “Alberto está sólo”. Tampoco se descarta una instalación meditada del tema por parte del titular del Poder Ejecutivo quien, habría observado con detenimiento los mensajes que aquella imagen en el patio de las Palmeras de la Casa Rosada significó. Y, a su forma, busca resistir lo que hoy parece un acuerdo ya consumado. El problema radica en que la dinámica de la pandemia puede alterar cualquier resultado y elaboración previa.

 

En el medio, el desconcierto de una sociedad civil observando cómo sus representantes se tiran con todo. Sin miramientos ni límites. En el barrio había códigos inviolables. Los delincuentes no robaban en su zona de residencia, no se metían con los chicos ni las familias cuando había una cuenta pendiente por saldar. La pandemia logró modificar hasta eso también. Se vieron cada vez más robos intrabarriales por la dificultad de moverse. Y con los chicos, tristemente, el límite se borró: desde los negocios con la comida de ellos que algunos hacen hasta la discusión sobre la inconveniencia o no, de su presencia en las aulas. Por momento se vuelve en algo abstracto. Cuando se retomaron las clases presenciales, muchos alumnos de los barrios no regresaron a la escuela. Sin ir a buscarlos, probablemente tampoco lo harán, aunque se salde la pelea judicial de estos días.

 

La dificultad para tomar medidas choca con la realidad. Mientras se pide bajar la circulación y se cierran escuelas, restaurantes y negocios, las calles del conurbano viven una dinámica propia. Lo hemos graficado en innumerables notas durante el año pasado. Es la Argentina que vive en la banquina, la “clandestinidad necesaria” para que todo no vuele por el aire. El AMBA es la muestra primaria de la decadencia Argentina en todos sus sentidos. De la que se resiste aún, una porción importante de quienes la habitan. Como alguna vez me dijo Alejandro Alvarez, el ex Jefe de Guardia de Hierro: “¿Sabes por qué Argentina nunca será igual a otros país de América Latina? Por qué acá existe el peronismo y su espíritu perdura en el tiempo”.

 

Los fantasmas que se agitan por estos días son múltiples. A los pronósticos sobre desbordes sanitarios se le acoplan intrigas políticas de las más diversas. En medio de la turbulencia, hasta lo más disparatado puede convertirse en creíble. Días atrás, en una nota del diario El País de España se escribió “Saldremos de esta, porque no hay virus ni crisis que 100 años dure, y saldremos más pronto que tarde. Pero ese será el momento más peligroso: la gente no se rebela cuando las cosas están mal, sino cuando sus expectativas se ven defraudadas”. Respuesta valida para la pregunta inicial de esta nota.

 

Y desde España, justamente, llega otra contestación a los interrogantes de estos tiempos que surcan la realidad Argentina. La esbozó hace muchos años Jose Antonio Primo de Rivera: “Ni en la derecha ni en la izquierda está el remedio. La victoria de cualquiera de los dos implica la derrota y la humillación de la otra. No puede haber vida nacional en una patria escindida en dos mitades inconciliables: la de los vencidos, rencorosos en su derrota y la de los vencederos embriagados con su triunfo”. Nada más para agregar.

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