La trampa de hacer siempre una de más

Por Martín Alomo

Jueves 19 de Mayo de 2022 - 09:30

Workaholic, adicción al trabajo, Foto La RepúblicaAdicción al trabajo. Foto: La República.

Cualquier cosa que nos gusta mucho, además de una inmensa fuente de satisfacciones, puede resultar también una trampa. El trabajo no es la excepción. De hecho, hay un término en inglés, bastante difundido en nuestro medio, que se utiliza para nombrar a las personas que tienen conductas adictivas con relación al trabajo: workaholic. La auto-explotación es un mal de la época, exprimir nuestras energías y nuestro tiempo al máximo, como si eso fuera una virtud. Por eso mismo, hoy quiero escribir sobre cómo el trabajo, cuando nos gusta mucho, puede resultar una trampa, y de qué modo, articulado a los imperativos de productividad y auto-realización, esa trampa puede devenir mortal.

 

¿Que lo de “mortal” puede parecer exagerado? No lo creo. Para empezar, voy a comentarles sucintamente un film hollywoodense de Pixar, Ratatouille. Quienes lo hayan visto, seguramente recordarán, y si no les comento, que se trata de la historia de un simpático ratoncito que quiere ser chef de alta cocina. Tuvo la suerte de tener un asesor de lujo, el mejor posible: el Maestro Auguste Gusteau. Siguiendo sus recetas e indicaciones, el ratoncito consiguió para el restaurant donde trabajaba las codiciadas tres estrellas Michelin que, como sabrán, iluminan el firmamento de la haute couisine con rigor… mortis. Ahora, déjenme que les mencione otros nombres, tal vez menos famosos que el ratoncito de Pixar.

 

Hace aproximadamente poco más de dos años, sorprendía tristemente la noticia del suicidio de Benoît Violier, considerado “el mejor chef del mundo”. El hecho se producía apenas 24 horas antes de que la prestigiosa guía Michelin diese a conocer sus codiciadas estrellas con las que califica desde hace décadas a los mejores cocineros de Francia. Esta muerte, en el seno de ese gremio, no era en absoluto la primera; por el contrario, representaba un eslabón más de una cadena de suicidios que afectaba a cocineros que se contaban entre los más reconocidos del mundo.

 

En el 2003, Bernard Loiseau, Maestro de La Côte d'Or, en Saulieu, a los 52 años, ponía fin a sus días suicidándose de un escopetazo. Los periodistas adjudicaron esta trágica decisión al rumor que la guía Michelin había dejado trascender, que señalaba que el renombrado chef podría perder su tercera estrella. En Francia, es vox pópuli que el Auguste Gusteau de Ratatouille, no es otro que Bernard Loiseau; por eso, el film de Pixar es considerado un homenaje apenas disimulado. El Auguste Gusteau de Ratatouille es el fantasma del chef suicidado.

 

La famosa Guía Michelin incluye en total unos 600 restaurantes franceses, de los cuales sólo 26 están en el exclusivo club de las tres estrellas. Se trata de un premio que conserva la particularidad de que una vez alcanzado deberá también ser mantenido en cada edición anual de la guía, ya que, a diferencia de otros galardones, puede ser retirado año tras año.
Algunos artículos de las prensas locales no dejaron de advertir esas coincidencias y difundían la noticia del suicidio de Violer bajo el título “¿Por qué se suicidan los cocineros?”. Una nota, “El club de los cocineros muertos”, agregaba al menos dos nuevos nombres a esta serie de chefs famosos: Homaro Cantú, inventor de la cocina molecular y el mítico François Vatel, célebre cocinero de la realeza gala. Homaro Cantú, de 38 años, fue hallado muerto en el local donde se inauguraría su cervecería The Crooked Fork, en la ciudad de Chicago, luego de haber sido reconocido con una estrella Michelin.

 

Aun cuando se trate de un grupo minoritario, me interesa el tema de los chefs de alta cocina porque me parece un buen botón de muestra de lo que puede llegar a pasarnos cuando nos comprometemos excesivamente con una actividad o profesión que nos gusta mucho.
No es necesario, como en el caso de los chefs, ser estrellas del universo de goce de la alta cocina, maestros del arte culinario, reconocidos y, como personajes célebres y famosos, al trascender por medio de la Guía Michelin, hacer que aparezcan nuevas localidades en los mapas y llegar a ser gerentes de verdaderos imperios comerciales. También el profesional más modesto, con una actividad menos descollante y al alcance de la mano de cualquiera de nosotros, puede transformar su actividad laboral en el centro de su vida, el motor de sus acciones y el destinatario de todas sus energías.

 

Algunas veces resulta sorprendente por cuánto menos que un chef estrella del firmamento Michelin, por cuánto menos dinero, reconocimiento y celebridad -esta última podríamos sacarla de la lista, directamente- muchos de nosotros entregamos nuestras vidas y dedicamos las principales horas de nuestros días a tareas que nos dan algo de dinero para subsistir, tal vez, a los más afortunados, un poco para ahorrar, y el supuesto “prestigio” suele ser un mísero pago en significantes. Sí, en muchas instituciones, y en mayor o menor medida en casi todas las organizaciones, existe cierto pool de significantes -palabras- que forman parte de la moneda corriente que se utiliza para pagar al profesional, al trabajador, al profesor, al investigador, al vendedor, etc., más prominente. En esta lista, podríamos inscribir: el empleado del mes, el vendedor del año, el coordinador de la nada, el presidente de lo inocuo, el gerente de lo irrisorio, el director de lo inexistente, el jefe de todas las cosas intangibles, el subsecretario de la secretaría de la coordinación de equis. Puede parecer increíble, al punto de que si fuéramos visitados por representantes de alguna hipotética civilización extraterrestre, sería muy difícil que pudieran entender estas conductas. A veces, nosotros mismos parecemos extraterrestres cuando hablamos de -o incluso integramos- el comité de la boludez institucionalizada. ¡Y cuando nos designan nos alegramos y lo ponemos en nuestro curriculum! La sociedad de la que formamos parte puede ser sorprendentemente absurda.

 

Ya sea que nos paguen con poco o mucho dinero, con palabras o con nada, el hecho de que nos guste mucho lo que hacemos puede viciarse de la siguiente manera: el ideal de perfección, significado como ser los mejores en lo que hacemos, puede pedirnos a cambio que paguemos con nuestra familia, con nuestros amores, con nuestra salud, con nuestra vida erótica. Puedo sintetizar en una fórmula breve y sencilla el riesgo al que nos exponemos dejándonos llevar por la pendiente de la auto-explotación disimulada bajo el ropaje de “auto-realización” personal: sacrificar nuestra vida y la de nuestros seres amados en el altar de un ideal personal relativo a nuestro trabajo.

 

 

Martín Alomo
Psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis. Especialista en Metodología de la Investigación. Profesor de y Licenciado en Psicología (UBA). Entre otros libros, ha publicado Vivir mejor. Un desafío cotidiano (Paidós 2021);La función social de la esquizofrenia. Una perspectiva psicoanalítica (Eudeba 2020); Clínica de la elección en psicoanálisis. Vol. I y II (Letra Viva 2013).