Una panzada de Massacre

La banda de skate rock argentina copó el Luna Park con altas dosis de post punk, psicodelia y una paleta musical y puesta en escena digna, no ya de una banda de culto, sino de una banda que merece rendirle culto. Y que en tres horas repasó sus dos voluminosas décadas tanto como ese abdomen que el inigualable Walas exhibe con orgullo. Ver galería de fotos. Por Sergio Corpacci

Por Canal26

Martes 8 de Septiembre de 2009 - 00:00

¿Cómo resumir en unos breves párrafos tres horas de skate rock que escapa por todos lados y sones al género?. Imposible. ¿Cómo acotar a la tiranía del centimil un show donde Massacre ametralló sus dos décadas de vida en 31 temas perfectamente ejecutados y distribuidos en una pródiga lista de temas que los alternó de manera magistral en un colmado Luna Park?.

Una respuesta podría ser apuntando esos momentos incendescentes o puntos altos de una noche que se demoró casi un mes por culpa de la casi ya olvidada Gripe A. Por la porcina, por la cochina, o como la quieran llamar, Walas y compañía postergaron el arribo de las huestes de su hitazo actual “La reina de Marte” al mítico Estadio porteño de Corrientes y Bouchard. Y un domingo de setiembre, el primero para ser más precisos, fueron los “Los Reyes del Luna” a caballo de una treintena de canciones en la que el sonido sólo falló en una.

“Vienen Zombies”, alegato cinéfilo sónico tan clase B bizarra, les jugó la única mala pasada de la noche. La música traicionó a la letra, los ademanes dactilares de “no se oye” se multiplicaban pero el frontman jamás lo advirtió.

Lo demás fue una oda a la celebración donde el verborrágico Walas, el único rocker argentino que se caga en la elegancia y hasta apuesto, corta sus remeras, en este caso una raída Rip Curl, para exhibir esa barriga, que es frenética panzada, se fue soltando con el transcurrir de la noche que arrancó a las 20.20 con “Diferentes Maneras” y se cerró cerca de las 23.20 con “Plan B Anhelo de Satisfacción” que popularizara Catupecu Machu.

La primera parte se consumió en catorce temas donde repasaron su vasta obra en los que se destacaron “Invasores Amazonas”, “3 paredes”, “From Your Lips” y la sublime “Divorcio” que se adentra en la tortuosa infancia de un niño de padres separados “que en cada test” responde “marido quiero ser”. Allí despunta tanto la psicodelia entre espacial y hipnótica como la voz de un cantante que no será Gardel pero que cada día canta mejor.

En lo “extramusical” se destacaron la circense puesta de escena y el video de apertura en el que tres arlequines, muñecos humanos simil a los de aquella setetista infancia, tan presentes en la escenografía masacreril, se entreveraban entre sádicos y frenéticos.

No faltaron las típicas presentaciones de Wallas, de “Somos los Massacre, un beso” o su definición de "un evento cultural sin precedentes” de cara al Bicentenario “que no sé que carajo es ni que quiere decir”. Lo que sí quiso decir fue, primero para afirmarlo y luego para desmentirlo, que entre Massacre y el Gobierno de la Ciudad estaban craneando un proyecto para fletar taxis “repletos de chicas desnudas”. Y despotricar en serio contra “un periodista que criticó la cultura del sinsentido cuando la del sentido en dos mil años no nos condujo a nada”.

Salteando un intervalo, la segunda parte del show los encontró tan envueltos en nuevas ropas - todos de negro con galeras y sobretodos, Walas sin remera y sobretodo con barriga al aire para no ocultar y golpetear - como en un magma sónico por momentos tan sublime por caso el demencial “Juicio a un Bailarín” dedicada a Fernando Ruiz Diaz de Catupecu, o la colgadísima y tripartita “Ana” del album “Aerial” de 1998.

No faltaron los aplausos y elogios del cantante para su propio público e imágenes que quedaran retratadas en una noche inolvidable: reconforta, alegra y se celebra haber disfrutado al guitarrista “Fico” Piscorz, de pie sacudiendo su viola durante todo el show tras el grave accidente de tránsito que en una parada de colectivos porteña le arrebató a su novia y lo tuvo al borde de la muerte.

O disfrutar de la ejecución del también guitarrista “Tordo” que más que una melena blanca en cana tiene para mostrar y demostrar que es un virtuoso del instrumento “un asesino de las seis cuerdas” o “ un amante” de ellas, a decir del mismísimo Walas.

Antes de los bises la banda regaló excelsas versiones de “El taxidermista”, “La octava maravilla” de “El Mamut”, disco que los posicionó dentro de las grandes bandas nacionales, que sin ninguna bandera que flamee en sus shows o apologice el barrio, la birra o el noticiero, se ganó ya un merecido lugar, tras 20 años, muchos de ellos de autogestión y cierta independencia.

"Epidemia”, no aquella de la gripe que los postergara en aquel ya lejanamente cercano 7 de agosto, sino el temazo que empalma con “Resurrección” los mostró más de cerca de una banda extranjera con años de escenarios que lejos de ese rubro “Revelación” con el que lo terna la cadena MTV para sus "Music Awards" 2009, gesto que Walas agradeció.

Antes de los bises decíamos, el público que no dejó de hacer 'mosh' (extensión del pogo que simula navegar entre la masa por encima de las cabezas, saltar al escenario y de allí tirarse 'a la pileta humana') recordó que Massacre fue Massacre Palestina y todos lo somos al ritmo del cántico futbolero, único acercamiento popular de la noche, al son de de “Mandarina Mandarina...”

El cierre encontró a la masa pujando por la salida con la certeza de que una Massacre musical se había cernido sobre Buenos Aires. Más que buenos aires para un rock nacional donde los gigantes ceden al hartazgo, la desidia, falta de creatividad o a las luchas intestinas.

Entre tanto flato que suena y replica en radios y canales musicales, una panzada de Walas y compañía, da para brindar y cruzar los cubiertos por un rato nomás. Y bom apetit. O buen provecho.



Por Sergio Corpacci