Mi guitarra y voz

Íntimo e interactivo. Minimalista y cómplice. Despojado, sin divismos y con la mira puesta en reinventarse a sí mismo y revivir en el intento, Jorge Drexler demuestra que para ser vanguardia no hace falta demasiado: hay tantas cosas, él sólo precisa dos. Por Sergio Corpacci

Por Canal26

Sábado 24 de Mayo de 2008 - 00:00

En un escenario austero es más que visible y claro que cuando entre la oscuridad se divisa la silueta del uruguayo Jorge Drexler no deban pasar ni 12 segundos para que el recinto estalle en breves pero intensos gritos de aprobación. Así, cerca de las 22 horas del jueves arrecian aplausos, cede la ansiedad y aunque no se divisen las caras de felicidad, la del cantante resume y emana ya esa “Cara B” que descubrirá en instantes.

Y tras los saludos de rigor, “Un país con el nombre de un río” invita a sumergirse en esa marea sonora y balsámica donde la multitud congregada se mece en una imaginaria plancha.

De ahí en más transcurrirán cerca de dos horas matizadas por las confesiones drexlerianas, esas que pueden traducirse en agradecimiento o revelar su nerviosismo ante la multitud que lo aguarda. También aquella en la que apelando a una rebuscada y divertida retórica conmina a sus seguidores a cambiar chasquidos de dedos, con demostración incluida por aplausos que en "Cara B" se tornan en ruidos molestos.

De riguroso traje al estilo “CQC” cualquier despistado podría inferir un look copy paste. Error: el vestuario forma parte de un homenaje a su venerado y compatriota Alfredo Zitarrosa de quien además toma el concepto de “contracanciones” en la coreada “Mi guitarra y vos” y del admirado Leonard Cohen a quien también rescatará en el repertorio.


“La vida es más compleja de lo que parece”, “Inoportuna” y “Eco” se suceden con proverbial fineza, conjugando sonidos que calan hondo y dejan con ganas de más. Y hay más, y de esas “que sabemos todos” pero que en el formato elegido por el artista – “el juego de espejos", como él gusta llamarlo conducen más a la escucha atenta que al mecánico tarareo.

Es que la riqueza radica precisamente en lo minimalista de la propuesta: es el mismo tema que el fan reconoce, evoca y canturrea pero envuelto y desenvuelto en un colchón de sonidos reales y callejeros donde fluyen la marcha del metro de Barcelona, los timbres de una anónima bicicleta de las que en Buenos Aires a su decir faltan: “Salí por aquí a buscar grabarlas, pero muchas no encontré”, cuenta denotando un dejo de resignación.

Y hay humor y complicidad como cuando confiesa el temor y los padecimientos que le acarrearon durante ese jueves una impertinente angina en retirada gracias a “un inyectable” marca nombre del doctor que se lo aplicó para poder estar allí cantando y contándolo.

A la hora de los covers irrumpen sus otros cómplices, los musicales que por un lapso dejan la consola donde manejan cuestiones específicas o las más exóticas como “la programación y captura de sonidos en tiempo real”.

Ambos de riguroso negro, los tres con el mismo modelo de zapatillas con punteras blancas, acompañan y sorprenden. Matías Cella con un Tenoriom, caja simil Play Station que dispara un particular sonido acompañado de lumínicos rombos celeste azulado. Y Carlos “Campi” Campón con un "Serrucho Theremin", particular instrumento que genera sonidos a partir de la energía dactilar por resumirlo mal y pronto. Junto a ellos Drexler ejecuta “How me times” de Los Beatles o lo que se alcanzó a oír porque aquí no hay lista de temas, “Lontano, Lontano” de Luigi Tenco y “Dom de iludir” de Caetano Veloso en exquisito portugués.

Tras la celebrada “Sólo quiero verte bailar", Drexler vuelve “a darse un gusto” y retoma “sus nervios” por estar a punto de estrenar una versión de “La Pomeña” de su admirado Hugo “Cuchi” Leguizamón . Lo justifica ante su inminente presentación en Salta, tierra del autor homenajeado.

Bucea en el recuerdo cuando de “La luz que sabe robar” de su lejano primer disco rescata y ofrece “Equipaje” y recuerda a Leonard Cohen con “Dance me to the end of love,” en clave de milonga.

Y a la hora de los bises complace y se place con los pedidos que bajan desde la platea alta o se hacen voceo desde las plateas preferenciales.

Cerca del fin hay tiempo para otra confesión. “La primera parte estaba un poco nervioso, quizá por los inyectables. Pero me fui metiendo, porque ustedes se metieron mucho” aclara y agradece con una humildad tan oriental y uruguaya pero que no abunda en músicos consagrados.

Es que si quisiera tiene con qué: una estatuilla de Hollywood no lo obnubiló, ni las marquesinas lo encandilaron tras ganarla con un tema para el film “Diarios de Motocicleta” . Al fin y al cabo el primer Oscar que un latinoamericano alzaba y se lo llevaba a casa.

Es que aunque casi todos lo sepan el cantante que ahora corre, ríe, saluda con reverencia y quiere abrazar a todos en un imaginario apretón no es ni será Oscar.Con ser Jorge le alcanza. Y con ser Drexler le sobra.